Encerrados en las guaridas con nuestros propios fantasmas, nos las apañábamos a tientas deambulando como sonámbulos hipnotizados por las circunstancias, mientras en la lejanía, un hilito de brillo se percibía a través de la rendija de la ventanilla, era tan libiano que solo se hacia notar como un simple reflejo de algo imaginario, casi imperceptible para palparlo en la realidad, como si estuviera destinado para los más afortunados y no tuviera la fuerza suficiente para llegar a ser captado por los que aún andamos algo desnorteados en el entresijo de cuestiones vanales.
Sin embargo, aquella ráfaga difuminada tenia mucho que ver con la llamada al encuentro con el existir, era una señal de esperanza precisamente para aquellos que se habían sumergido en el trasfondo de la oscuridad más desoladora, pues su sola presencia nos estaba avisando de que aún en los momentos en los que todo parece perder su luz y caminamos apáticos en el sendero de la desilusión, en el vacío más absoluto se encuentran nuestras percepciones más sobrecogedores, retumbando en nuestro inconsciente con palabras mayores y queriéndonos transmitir el significado de nuestro argumento vital.
Pena que sin ton ni son, aquellos a los que la vida como verduga ya se encargo de atizar con fuerza en la agudeza de sus sentidos, seguimos caminando cabizbajos en nuestras celdas inclaustrados, tal vez para no avistar tras nuestra mirada introspectiva de águila feroz, aquello que no nos interesa ver, la perspectiva real de los problemas sobrevolada desde el amplio cielo, o tal vez para hacer oidos sordos y no tener que escuchar las sensibilidades que las bocas no hablan pero que los silencios delatan, o quien sabe, si para no tener que privar a nuestros estómagos hambrientos de satisfacciones, de sumadas cantidades de necesidades ficticias que nuestras gargantas ya no consiguen ni digerir.
El caso es que cuando la espaldas no dan a basto para soportar las cargas acumuladas durante vidas a costa de nuestra salud, y los pies se nos vuelven delicados para pisar con persistencia en la tierra fértil que nos creo, los paisajes se vuelven etéreos y los objetos parecen opacos, la neblina del desencanto se apodera de nuestros entusiasmos, y como quien no quiere la cosa, ahí seguimos, enfuscados en esos círculos cerrados que no nos llevan a ningún lugar sino a repetir, una y otra vez, la misma trayectoria aprendida que nos conduce a tropezar repentinamente con las piedras de siempre, curiosamente las mismas que nos dan la posibilidad de reflexionar y levantarnos con otro fin, el de construir, de una vez por todas, nuestras sonrisas dibujadas en espiral solar.
Sin embargo, aquella ráfaga difuminada tenia mucho que ver con la llamada al encuentro con el existir, era una señal de esperanza precisamente para aquellos que se habían sumergido en el trasfondo de la oscuridad más desoladora, pues su sola presencia nos estaba avisando de que aún en los momentos en los que todo parece perder su luz y caminamos apáticos en el sendero de la desilusión, en el vacío más absoluto se encuentran nuestras percepciones más sobrecogedores, retumbando en nuestro inconsciente con palabras mayores y queriéndonos transmitir el significado de nuestro argumento vital.
Pena que sin ton ni son, aquellos a los que la vida como verduga ya se encargo de atizar con fuerza en la agudeza de sus sentidos, seguimos caminando cabizbajos en nuestras celdas inclaustrados, tal vez para no avistar tras nuestra mirada introspectiva de águila feroz, aquello que no nos interesa ver, la perspectiva real de los problemas sobrevolada desde el amplio cielo, o tal vez para hacer oidos sordos y no tener que escuchar las sensibilidades que las bocas no hablan pero que los silencios delatan, o quien sabe, si para no tener que privar a nuestros estómagos hambrientos de satisfacciones, de sumadas cantidades de necesidades ficticias que nuestras gargantas ya no consiguen ni digerir.
El caso es que cuando la espaldas no dan a basto para soportar las cargas acumuladas durante vidas a costa de nuestra salud, y los pies se nos vuelven delicados para pisar con persistencia en la tierra fértil que nos creo, los paisajes se vuelven etéreos y los objetos parecen opacos, la neblina del desencanto se apodera de nuestros entusiasmos, y como quien no quiere la cosa, ahí seguimos, enfuscados en esos círculos cerrados que no nos llevan a ningún lugar sino a repetir, una y otra vez, la misma trayectoria aprendida que nos conduce a tropezar repentinamente con las piedras de siempre, curiosamente las mismas que nos dan la posibilidad de reflexionar y levantarnos con otro fin, el de construir, de una vez por todas, nuestras sonrisas dibujadas en espiral solar.
"ERGUIDAS Y RENOVADAS MIRADAS AL ALZA"
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